miércoles, 28 de noviembre de 2012

John Collins




Entré por la puerta principal y me dirigí al mostrador de la recepción. 
Recogí mi llave:habitación 507. En el ascensor intercambié saludos y parte meteorológico con algunos huéspedes.
Me sentía algo inquieta. Esa misma tarde, recibiría la visita de un famoso librero que andaba interesado en la colección VonTryen que había pertenecido a mi familia durante generaciones, y ahora yo, me desharía de ella por un puñado de dólares.

 Llevaba años viviendo en el hotel. Es una manera cómoda de vivir y mi herencia me proporcionaba cierta holgura, no podía quejarme. Con la venta de la colección sabía que mi abuelo se retorcería en su tumba. No es que no me importasen los libros, conocía cada letra impresa como las líneas de mi mano, pero había decidido mudarme al este y suponían exceso de equipaje. Sí, sentí cierta nostalgia al recordar las tardes que pasé en la biblioteca de mi abuelo rodeada de ellos.

Había quedado con el señor Bednarik sobre las 5. Tomaríamos té, ojearía la colección y discutiríamos sobre dinero, algo simple. Sólo conocía de él su tono de voz ya que  hablamos por teléfono para concretar la cita. Quería que el tiempo pasara deprisa y dejar de sentir cierto sentimiento de culpabilidad por lo que iba a hacer, aunque ya no había marcha atrás. Estaba decidido.A la hora exacta sonó el timbre. Cogí aire y abrí. Ante mí apareció un tipo curioso,nada vulgar.

- ¡Buenas tardes!, ¿Lady Williams?-

- ¡Sí, adelante por favor! -

Me sorprendió su manera de vestir: traje y corbata a la moda, zapatos impecables y una flor en el hojal de la chaqueta. Tenía un estilo muy particular. No pasaría de 50 años, aún conservaba esa chispa infantil en la mirada. Le indiqué que tomase asiento, pero se volvió hacia la estantería donde estaba la colección.

-¿Uno o dos terrones?-.

-¡Dos, por favor!- dijo mientras cogía un ejemplar.

Lo ojeó minuciosamente. Olió el perfume vetusto y agrio de cada pliegue, acarició la tapas de cuero curtido por los años con tal delicadeza que parecía que acariciase el cuerpo de una mujer, como si pudiera sentir y entender lo que el libro queria expresar. Las páginas se abrían ante él dichosas, ansiosas por ser acariciadas por sus largos dedos, una a una. Cada gesto iba más allá de la mera observación.En la habitación sólo estaban el libro y él, descubriéndose el uno al otro.Yo disfrutaba ante tal visión, me sentí algo excitada. Así que preferí servirme un whisky y dejar el té para otro momento.

-¿Le importaría servirme otro a mí?-dijo- pero sin hielo-.

-No, por supuesto-. contesté mientras me encendía un cigarrillo.

-¡Eso es lo peor que puede hacer!-

-¿Por mi vida?-.

-¡No, por los libros! El humo afecta tanto su calidad que podría verse perjudicada la venta-.

Pero no lo apagué.

-La colección es de las mejores que he visto. No entiendo porqué quiere deshacerse de ella, con los años  aumentaría su valor-.

-Exceso de equipaje, sólo eso-.

-¿Cuánto pide?-.

-¿ Cuánto cree?-.

-Es sumamente valiosa pero la cantidad que le voy a ofrecer no sé si le satisfará-.

-¡Inténtelo!-.

        Mientras discutíamos precios, no dejaba de recordar su manera de acariciar el libro, cómo lo tocaba, cómo lo olía... Y pensé que si estuviera casado, su mujer se sentiría plena cada noche por tener a un marido tan meticuloso, tan placentero... O quizás, ¿era un fetichista de los libros?¿ se excitaría con sólo tocarlos y olerlos, preferiría el frio de una página al calor de un cuerpo, al olor de un cuerpo?¿viviría en una pequeña mansión rodeado de ellos y haría el amor cada noche con uno diferente? Sería como vivir rodeado de amantes, los amas a todos y todos te aman a tí, ¿ pero tendría alguno preferido?
¿Le dedicaría más tiempo o caricias a una obra de Moliére que a una de Quevedo? Un harén de belleza, letras, rimas, historias...en donde él sería el único marajá. Un tipo afortunado, sin duda.

-¡ Dos mil dólares es lo que puedo ofrecerle, Lady Williams!- dijo rotundamente.

-¿Cómo, dos mil dólares? ¡¡Ja, ja, ja! esa colección no vale menos de diez mil y usted lo sabe!-

- ¡No puedo ofrecerle nada más!-

-Bien,entonces buscaré a alguien decidido a pagar lo que  corresponde, buenas tardes, Mr.Bednarik- dije mientras mantenía  el pomo de la puerta abierta.

Me serví otro whisky, la situación me había dejado mal cuerpo, encendí otro cigarrillo. Miré por la ventana, sólo bullicio y prisas en el centro. Me preguntaba si sería buena opción dejar mi colección en manos de Mr.Bednarik por tal módico precio, además no conocía a nadie que entendiese tanto de libros como él, tenía gran fama y yo me había tirado un farol diciendo que buscaría a otro.

No me había percatado hasta que miré al sofá y vi su sombrero, lo había olvidado. Así que no me quedaba más remedio que volver a verle y de paso pedirle disculpas por mi histérico comportamiento.Guardaba en mi bolso su tarjeta, así que decidí devolverle el sombrero a la mañana siguiente. Me había prometido a mí misma que me calmaría , asi que antes de dormir nada mejor que un buen trago de bourbon y un Valium, mezcla perfecta.

 Me desperté algo aturdida del efecto narcotizante, así que una ducha y un buen desayuno serían la clave para despertar a la realidad. Sobre las 10'30 salí a la calle.
Preferí caminar, dar un largo paseo por la calle D'uberville y sentir el aire en mi cara, las prisas, la gente, el humo de los coches...En una hora me hallé ante la puerta de su librería. La campanita sonó al entrar pero nadie apareció. Era una librería antigua pero bien conservada, tomos apilados en mesas enormes pero todo impecable, ni una mota de polvo, nada fuera de lugar. Los estantes llegaban hasta el techo y se podía acceder a ellos mediante una pequeña escalerilla de madera. No se oía nada, sólo mis tacones mientras me adentraba.

-Mr. Bednarik, ¿está usted ahí?-.

Seguí hasta que lo vi al fondo. Tenía en sus manos cómo no, un libro, parecía embelesado. Me dio reparo distraerle, se le veía tan absorto... A sí que decidí dejar el sombrero sobre una mesa y marcharme sigilosamente. Cuando llegaba a la puerta, sentí un soplo de aire en mi nuca, se me erizaron los pelos, me giré, era él.
Me tomó del brazo y me llevó hasta el fondo de la sala sin mediar palabra. No dejaba de mirarme fijamente, se acercó y me besó. Metió su dedo pulgar en mi boca, mientras que su otra mano iba deslizándose lentamente bajo mi vestido hasta llegar a mi monte, me cogió el coño con fuerza, lo apretaba de tal manera que tuve un pequeño orgasmo.Le mordí el dedo y de su boca salió un quejido pueril. Por encima de su pantalón pude notar su polla, enorme, caliente, durísima a punto de explotar.Fui desabotonando su camisa de seda a la vez que besaba cada parte que iba desnudando  llegando hasta su cintura. Tomé  su miembro entre mis manos y comencé a chuparle sus testículos, arrugados, suaves... Me mojé un dedo y lo introduje en su ano mientras se la chupaba y él tiraba de mi pelo pidiéndome más y más... Me levantó del suelo con fuerza, me sentó sobre una de las mesas y me sentí como uno de sus libros, mi coño se abrió ante él como las páginas que había visto la tarde anterior, sólo que ahora estábamos él y yo en la habitación. Mis piernas se apoyaban en sus hombros y podía sentir su aliento invadiéndome, lamiéndome, comiéndome entera aquella lengua serpenteante, viva...
Me estrujé las tetas, sólo quería que aquel tipo me metiera su verga hasta el fondo y estallar de puro placer...
Me puso de cara a las estanterías, de rodillas y un libro en cada mano, como un párvulo castigado con los brazos en cruz, no podía dejar que se cayeran o sería severamente castigada. Con su polla me daba pequeños golpecitos en las nalgas hasta que con sus manos las separó y me clavó la polla en el culo mientras que sus largos dedos hacían virguerías con mi clítoris. Yo no paraba de chorrear, y seguía corriéndome, gimiendo, había perdido el sentido del tiempo y del espacio mientras  inundaba mi culito con su leche ardiente, gritando al unísono. Por un momento, mi cuerpo dejó de ser mío, segundos en los que no sientes nada. Una petite-morte como lo llamarían los franceses...
Al levantarme del suelo vi los libros arañados por mis uñas, sentí vergüenza ante tal destrozo. Me vestí rápidamente. Me giré hacia Mr.Bednarik mientas abrochaba el último botón.

-¡He decidido que me llevaré los libros conmigo, no los venderé! ¡Gracias de todas formas!-.

 Al salir de la tienda encendí un cigarrillo, miré el reloj, justo la hora del aperitivo, momento perfecto para un John Collins.









   

  









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4 comentarios:

  1. Extraordinario relato, me encantó, soy un apasionado de los libros y en cuanto a la parte tórrida, perfecta sin mojigaterías. Muy bien enlazado. Sorprendente narradora.
    Mi fotografía sería un libro desvencijado con un sujetador de lencería fina encima.
    Saludos.

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    1. y si unimos mis relatos y tus fotos??? ;) mil gracias, y esa foto quedaría genial, muacks

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