¿Te apetece pastel de cabracho?... Escuché mientras pasaba al lado de tres viejas repeinadas con laca que ojeaban el menú enmarcado con borde dorado en la pared de uno de los mejores restaurantes de la ciudad cuando me dirigía a la trasera del supermercado. Allí se encontraba mi contenedor favorito lleno de restos del día, productos caducados y otras delicatessen.
Con medio
cuerpo dentro del cubo intentaba no respirar la peste que desprendía. Aunque a
todo se acostumbra uno, incluso a comer manzanas podridas. Llevaba tiempo
durmiendo en el parque bajo un manto de
estrellas cada noche con la única compañía de un viejo transistor. Pensando en
ella y en su olor. Y con esto y un cartón de vino conciliaba el sueño. Y así un
día tras otro, una semana tras otra, un mes,un año o dos… No quería recordar
los trajes, las marcas, las citas, los relojes, el adiós… otra vida. Dolía
demasiado a pesar de la embriaguez de vino barato. Suelo pensar que el amor es
como el dinero o te engrandece o te destruye, pero cuando tu amor es el dinero… Tomaré otro trago para quedarme con el
sabor dulzón por si mañana no despierto.
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