miércoles, 28 de noviembre de 2012

John Collins




Entré por la puerta principal y me dirigí al mostrador de la recepción. 
Recogí mi llave:habitación 507. En el ascensor intercambié saludos y parte meteorológico con algunos huéspedes.
Me sentía algo inquieta. Esa misma tarde, recibiría la visita de un famoso librero que andaba interesado en la colección VonTryen que había pertenecido a mi familia durante generaciones, y ahora yo, me desharía de ella por un puñado de dólares.

 Llevaba años viviendo en el hotel. Es una manera cómoda de vivir y mi herencia me proporcionaba cierta holgura, no podía quejarme. Con la venta de la colección sabía que mi abuelo se retorcería en su tumba. No es que no me importasen los libros, conocía cada letra impresa como las líneas de mi mano, pero había decidido mudarme al este y suponían exceso de equipaje. Sí, sentí cierta nostalgia al recordar las tardes que pasé en la biblioteca de mi abuelo rodeada de ellos.

Había quedado con el señor Bednarik sobre las 5. Tomaríamos té, ojearía la colección y discutiríamos sobre dinero, algo simple. Sólo conocía de él su tono de voz ya que  hablamos por teléfono para concretar la cita. Quería que el tiempo pasara deprisa y dejar de sentir cierto sentimiento de culpabilidad por lo que iba a hacer, aunque ya no había marcha atrás. Estaba decidido.A la hora exacta sonó el timbre. Cogí aire y abrí. Ante mí apareció un tipo curioso,nada vulgar.

- ¡Buenas tardes!, ¿Lady Williams?-

- ¡Sí, adelante por favor! -

Me sorprendió su manera de vestir: traje y corbata a la moda, zapatos impecables y una flor en el hojal de la chaqueta. Tenía un estilo muy particular. No pasaría de 50 años, aún conservaba esa chispa infantil en la mirada. Le indiqué que tomase asiento, pero se volvió hacia la estantería donde estaba la colección.

-¿Uno o dos terrones?-.

-¡Dos, por favor!- dijo mientras cogía un ejemplar.

Lo ojeó minuciosamente. Olió el perfume vetusto y agrio de cada pliegue, acarició la tapas de cuero curtido por los años con tal delicadeza que parecía que acariciase el cuerpo de una mujer, como si pudiera sentir y entender lo que el libro queria expresar. Las páginas se abrían ante él dichosas, ansiosas por ser acariciadas por sus largos dedos, una a una. Cada gesto iba más allá de la mera observación.En la habitación sólo estaban el libro y él, descubriéndose el uno al otro.Yo disfrutaba ante tal visión, me sentí algo excitada. Así que preferí servirme un whisky y dejar el té para otro momento.

-¿Le importaría servirme otro a mí?-dijo- pero sin hielo-.

-No, por supuesto-. contesté mientras me encendía un cigarrillo.

-¡Eso es lo peor que puede hacer!-

-¿Por mi vida?-.

-¡No, por los libros! El humo afecta tanto su calidad que podría verse perjudicada la venta-.

Pero no lo apagué.

-La colección es de las mejores que he visto. No entiendo porqué quiere deshacerse de ella, con los años  aumentaría su valor-.

-Exceso de equipaje, sólo eso-.

-¿Cuánto pide?-.

-¿ Cuánto cree?-.

-Es sumamente valiosa pero la cantidad que le voy a ofrecer no sé si le satisfará-.

-¡Inténtelo!-.

        Mientras discutíamos precios, no dejaba de recordar su manera de acariciar el libro, cómo lo tocaba, cómo lo olía... Y pensé que si estuviera casado, su mujer se sentiría plena cada noche por tener a un marido tan meticuloso, tan placentero... O quizás, ¿era un fetichista de los libros?¿ se excitaría con sólo tocarlos y olerlos, preferiría el frio de una página al calor de un cuerpo, al olor de un cuerpo?¿viviría en una pequeña mansión rodeado de ellos y haría el amor cada noche con uno diferente? Sería como vivir rodeado de amantes, los amas a todos y todos te aman a tí, ¿ pero tendría alguno preferido?
¿Le dedicaría más tiempo o caricias a una obra de Moliére que a una de Quevedo? Un harén de belleza, letras, rimas, historias...en donde él sería el único marajá. Un tipo afortunado, sin duda.

-¡ Dos mil dólares es lo que puedo ofrecerle, Lady Williams!- dijo rotundamente.

-¿Cómo, dos mil dólares? ¡¡Ja, ja, ja! esa colección no vale menos de diez mil y usted lo sabe!-

- ¡No puedo ofrecerle nada más!-

-Bien,entonces buscaré a alguien decidido a pagar lo que  corresponde, buenas tardes, Mr.Bednarik- dije mientras mantenía  el pomo de la puerta abierta.

Me serví otro whisky, la situación me había dejado mal cuerpo, encendí otro cigarrillo. Miré por la ventana, sólo bullicio y prisas en el centro. Me preguntaba si sería buena opción dejar mi colección en manos de Mr.Bednarik por tal módico precio, además no conocía a nadie que entendiese tanto de libros como él, tenía gran fama y yo me había tirado un farol diciendo que buscaría a otro.

No me había percatado hasta que miré al sofá y vi su sombrero, lo había olvidado. Así que no me quedaba más remedio que volver a verle y de paso pedirle disculpas por mi histérico comportamiento.Guardaba en mi bolso su tarjeta, así que decidí devolverle el sombrero a la mañana siguiente. Me había prometido a mí misma que me calmaría , asi que antes de dormir nada mejor que un buen trago de bourbon y un Valium, mezcla perfecta.

 Me desperté algo aturdida del efecto narcotizante, así que una ducha y un buen desayuno serían la clave para despertar a la realidad. Sobre las 10'30 salí a la calle.
Preferí caminar, dar un largo paseo por la calle D'uberville y sentir el aire en mi cara, las prisas, la gente, el humo de los coches...En una hora me hallé ante la puerta de su librería. La campanita sonó al entrar pero nadie apareció. Era una librería antigua pero bien conservada, tomos apilados en mesas enormes pero todo impecable, ni una mota de polvo, nada fuera de lugar. Los estantes llegaban hasta el techo y se podía acceder a ellos mediante una pequeña escalerilla de madera. No se oía nada, sólo mis tacones mientras me adentraba.

-Mr. Bednarik, ¿está usted ahí?-.

Seguí hasta que lo vi al fondo. Tenía en sus manos cómo no, un libro, parecía embelesado. Me dio reparo distraerle, se le veía tan absorto... A sí que decidí dejar el sombrero sobre una mesa y marcharme sigilosamente. Cuando llegaba a la puerta, sentí un soplo de aire en mi nuca, se me erizaron los pelos, me giré, era él.
Me tomó del brazo y me llevó hasta el fondo de la sala sin mediar palabra. No dejaba de mirarme fijamente, se acercó y me besó. Metió su dedo pulgar en mi boca, mientras que su otra mano iba deslizándose lentamente bajo mi vestido hasta llegar a mi monte, me cogió el coño con fuerza, lo apretaba de tal manera que tuve un pequeño orgasmo.Le mordí el dedo y de su boca salió un quejido pueril. Por encima de su pantalón pude notar su polla, enorme, caliente, durísima a punto de explotar.Fui desabotonando su camisa de seda a la vez que besaba cada parte que iba desnudando  llegando hasta su cintura. Tomé  su miembro entre mis manos y comencé a chuparle sus testículos, arrugados, suaves... Me mojé un dedo y lo introduje en su ano mientras se la chupaba y él tiraba de mi pelo pidiéndome más y más... Me levantó del suelo con fuerza, me sentó sobre una de las mesas y me sentí como uno de sus libros, mi coño se abrió ante él como las páginas que había visto la tarde anterior, sólo que ahora estábamos él y yo en la habitación. Mis piernas se apoyaban en sus hombros y podía sentir su aliento invadiéndome, lamiéndome, comiéndome entera aquella lengua serpenteante, viva...
Me estrujé las tetas, sólo quería que aquel tipo me metiera su verga hasta el fondo y estallar de puro placer...
Me puso de cara a las estanterías, de rodillas y un libro en cada mano, como un párvulo castigado con los brazos en cruz, no podía dejar que se cayeran o sería severamente castigada. Con su polla me daba pequeños golpecitos en las nalgas hasta que con sus manos las separó y me clavó la polla en el culo mientras que sus largos dedos hacían virguerías con mi clítoris. Yo no paraba de chorrear, y seguía corriéndome, gimiendo, había perdido el sentido del tiempo y del espacio mientras  inundaba mi culito con su leche ardiente, gritando al unísono. Por un momento, mi cuerpo dejó de ser mío, segundos en los que no sientes nada. Una petite-morte como lo llamarían los franceses...
Al levantarme del suelo vi los libros arañados por mis uñas, sentí vergüenza ante tal destrozo. Me vestí rápidamente. Me giré hacia Mr.Bednarik mientas abrochaba el último botón.

-¡He decidido que me llevaré los libros conmigo, no los venderé! ¡Gracias de todas formas!-.

 Al salir de la tienda encendí un cigarrillo, miré el reloj, justo la hora del aperitivo, momento perfecto para un John Collins.









   

  









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lunes, 26 de noviembre de 2012

A quemarropa





        Entreabrí  un ojo. No se veía casi nada, sólo un pequeño rayo de luz filtrado entre las persianas. Se oía una respiración. Me giré y sonreí. Allí estaba, desnudo, pegajoso. De su boca salía un aliento a tabaco y alcohol. Me levanté algo aturdida, busqué mis bragas, me puse una camiseta que seguro era de él y me dispuse a hacer café. Necesitaba uno bien cargado que eliminara de mi cabeza el martillo que la aporreaba sin cesar y me estaba volviendo loca.
Apareció en la cocina, sin ropa, somnoliento, se acercó y me besó. Yo iba despeinada, con el rímel corrido y aún así me dijo que le encantaba mi cara, que yo era como una hemorragia de placer de la que no quería dejar de sangrar. Bebimos el café en silencio, mirándonos.




jueves, 22 de noviembre de 2012

Nunca Jamás...





Como Peter Pan buscando su sombra, deambulabas sin rumbo, hasta que tu nariz chocó con mis labios coralinos. No era Campanilla, ni era Wendy, pero aún así bailaste conmigo hasta el amanecer entre burbujas y peces de colores.
En tus ojos avisté un naufragio, quise extender mi mano y salvarte pero me hundí contigo. Nos ahogamos juntos. Encomendé mi alma a Watatami, el amo del mar, dejándome arrastrar a tus mares abisales llenos de monstruos y criaturas que no ven la luz del sol. Devoraste mi piel de sirena que guardaba el secreto de la inmortalidad dejando el plato vacío y respiré tu líquido amniótico vertido en mi vientre. En tus profundidades busqué el tesoro que había escondido en tu tristeza pero la llave del cofre se hallaba custodiada por harpías que arañaban mis pezones violáceos.
Una herida sin sutura, entreabierta, un secreto doloroso que no para de supurar. Besé tus cicatrices con lenguas saladas, lamiendo la carne putrefacta, hemorragia de placer desgarrando tu alma. Quise ser la maga que desvelara la incógnita. Desplegué mis velas rojas hacia tus grutas indómitas y me hundí de nuevo en tus ojos de mar oscuro sin rumbo. Tus manos de medusa me arrastraron a tu pecho donde pude sentir que aún latía un corazón y mis fuerzas flaquearon, caí de rodillas queriendo morir para volver a renacerte. Me volví fría y nadé lejos pero las corrientes marinas me llevan a ti aunque no quiera. Para coserte tu sombra, para buscarte y que me encuentres, para acunarte por las noches y arrullarte con nanas, para ronronearte al oído y dormirme en tu espalda. Pero recién salido del agua con barro en los labios… No confesarás, volviendo al país de Nunca Jamás.



miércoles, 21 de noviembre de 2012

Bosques de Asfalto



 Entre los bosques de asfalto
hadas desesperadas
buscan príncipes azules.
Ni marmotas, ni gandules
sólo príncipes azules que las hagan suspirar.

Como en los cuentos de hadas
lloran desconsoladas
su alma en pena vagando
entre los bosques de asfalto.

Sin saber porqué un día
se les marchó la alegría
dejando un hueco vacío
donde halló hogar la apatía.

Ni gandules, ni marmotas
ni Ícaros de alas rotas
sólo príncipes azules que las hagan suspirar.

¡Buscad bien! Y encontraréis
al príncipe que deseéis
pero, ¡ mirad bien con lupa!
no sea un sapo venenoso y escupa.















                                                                                    


lunes, 19 de noviembre de 2012

Mannie



Aprendió a tocar el piano en la calle, de oído, sin partituras. Sentía cómo los beats corrían por sus venas y los pies se le iban solos tras el compás. Era la música del demonio pero se sentía feliz de estar en el infierno. Era la música de los negros, la música maldita y él ya estaba maldito, consumido por el jazz.
Tocaba en un club de mala muerte lleno de putas y camas sucias, y el piano era viejo y a veces desafinaba, pero a él eso le importaba poco con tal de tocar, de sentir cada noche cómo el jazz se le metía por el cuerpo  y lo poseía. Ni el mejor exorcista hubiera podido ayudarlo a liberarse.
Entre las putas se encontraba Minnie, una  mulata  criolla de voz profunda y tetas enormes que le decía :¡ Tócala otra vez, Mannie!. Y Mannie la tocaba, por supuesto.
Minnie solía acompañarlo a veces; de su pecho salía una voz indescriptible. Aquellas piernas largas que llegaron desde New Orleans para uso y disfrute de todo neoyorquino que pagase el precio, se apoyaban contra el piano y de aquellas tetas apretadas por el corpiño salía un vibrato que dejaba sin palabras al que lo escuchase.Y Mannie tocaba la música del demonio como los ángeles. Y el club llamado Black Seed hervía cada noche al son del infierno. Mannie acariciaba  las teclas cerrando los ojos, sintendo al piano, de vez en cuando los abría para mirarle las tetas a Minnie y seguir tocando extasiado.El sudor corría por su frente y la colilla de un cigarrillo pendía de sus labios consumiéndose.
Después de cada actuación, solía sentarse en la barra y pedía un bourbon. Minnie lo acompañaba  si no había otros menesteres. Luego subían a alguna habitación y allí Mannie tocaba aquel cuerpo de ébano con la misma delicadeza que si fuera un piano, y de la boca de Minnie salían dulces melodías, quejidos pueriles provocados por los huesudos  dedos del pianista. Huesudos pero suaves, Mannie sabía qué tecla tocar para que Minnie se retorciera de placer. Comenzaba besándola, las lenguas húmedas entrelazadas, el aliento a tabaco y bourbon eran la mezcla perfecta para prender la mecha. Seguía bajando por su cuello, chupándolo y rompía los botones de su corpiño haciendo saltar aquellos pechos  en los que él hundía su cara y se ahogaba hasta casi perder el sentido. Daba pequeños mordisquitos a los pezones oscuros y duros, las teclas negras,como los llamaba Mannie. Ella apoyada contra la pared, notaba cómo la polla se iba hinchando y se le clavaba entre las piernas. Sin pensarlo  rompió sus medias de red con las uñas y dejó que aquella polla se le metiera hasta las entrañas. La notaba caliente, dura, bombeando al ritmo del jazz, penetrándola, haciéndola suya. Minnie perdía el sentido,  mientras Mannie la embestía salvajemente. Aquel coño, aquella caverna ardiente, que no tenía fin, de donde salían chorros de placer como si fueran corrientes subterráneas esperando que alguien las descubriese, se corría una y otra vez y Minnie mordía al pianista en el primer trozo de piel que encontrara su boca.
Mannie sentía cómo aquella caverna caliente engullía su polla, cómo la succionaba sin dejarla salir hasta el punto de meterse entero dentro de otro cuerpo y olvidarse del suyo propio hasta que estallaba e inundaba a Minnie de espeso placer.
Apoyados el uno en el otro contra la pared terminando de  jadear, mirándose y sintiendo los cuerpos pegajosos por el sudor se daban un último beso. 





domingo, 18 de noviembre de 2012

Amniótico


Como una sirena respiro el líquido amniótico de tu piel; descubro tu cuerpo tras el naufragio y tus manos  de medusa revuelven mi pelo.  Me sumerjo en tus profundidades buscando la flor  de tu esencia mientras un pez me hace cosquillas y las burbujas explotan en mis labios.











Horizonte





        Llegué a Santiago sola, sin más reseñas que una dirección de hostal. Había sido un viaje agotador pero llegaba con ganas de conocer  todo lo que aquella nueva ciudad me quisiera brindar. Caminé por calles empedradas  llenas de colorido, antiguas casas coloniales algo deterioradas por el paso del tiempo. Pero ese aire bohemio me cautivó. Saqué de mi bolsillo una hojita de papel donde tenía apuntado el rumbo de mi nuevo hogar. Miré a un lado y a otro buscando el número y seguí caminando.                                                                                      El hostal me recordó  a las casas de Vegueta y desde el principio empecé a sentir cierta familiaridad. La puerta estaba abierta, había un patio con plantas y una pequeña recepción pero nadie que me diese la bienvenida sólo un gato que parecía que me sonreía. Se oían voces de fondo en las habitaciones, risas,olía a té y a dulce y desde el patio se podía ver el cielo.  
Encendí un cigarrillo cuando escuché a alguien pedirme que  tirase la colilla en el botecito  señalado con un cartel que decía “ Fumador”.  Ante  mí apareció un tipo moreno, no muy alto,  con ojos felinos. Le dije que venía buscando alojamiento por tiempo indefinido  y me contestó que le quedaban piezas libres, era mi día de suerte.
De camino a mi habitación charlamos sobre las normas del hostal, me aconsejó sitios que visitar en la ciudad y me deseó una agradable estancia.  Sus ojos habían recorrido todas las curvas de mi cuerpo mientras nos despedíamos en la puerta de mi cuarto.
Al fin sola me tiré en la cama, pensando en lo que había dejado atrás pero sin remordimientos, no regrets, había sido  por convicción propia y pensé que el cambio me ofrecería lo que andaba buscando aunque aún no sabía lo que era. Me dormí.
Abrí la terraza de par en par y esnifé aquel nuevo aroma cosmopolita que me embriagó por completo. Desde  allí se veían los tejados aglutinados, se escuchaban conversaciones de las ventanas cercanas, me llegaban olores , empezaba a oscurecer  y me entró hambre, así que decidí bajar a la cocina y conocer a los demás huéspedes.  Pero para mi sorpresa no había nadie. Así que decidí dar media vuelta y salir en busca de algún restaurant barato de comida típica. En mitad del pasillo volvió a aparecer el tipo del hostal que me miró y me tomó de la mano, me llevó de nuevo a la cocina y me hizo sentar en una banqueta. Yo sólo miraba atónita.
-Voy  a cocinarte algo, tienes cara de hambre-. Me dijo.
Le contesté que no hacía falta pero que agradecía su amabilidad.
Aquellos ojos de gato no apartaban la mirada de los míos  y el tacto de su mano era suave.
Sacó harina de un armario, mantequilla, leche, huevos… un bol, un batidor…
-¿Qué me va a preparar?-. le pregunté hambrienta.
-Unas ricas tortillas , para empezar. Si quieres ayudarme hay un delantal colgado detrás de la puerta-. Me dijo guiñándome un ojo.
Cogí el delantal e intenté anudarlo a mi cintura, pero los lazos se resistían. Él se acercó.
-Deja que te ayude-. Me dijo.
 Tomó los lazos del delantal y los apretó fuerte tirando hacia sí. De repente sentí su aliento en mi nuca, jadeante. Sentí su pecho en mi espalda y podía notar cómo palpitaba su corazón y también dónde la sangre estaba bombeando.  Me giré tomándolo por la cabeza lo acerqué a mi boca y lo besé. Dos lenguas enroscadas como serpientes, húmedas, su aliento dulce de almendras  y nuestra respiración acelerándose.  Siguió bajando por mi cuello con su lengua serpenteante y caliente, excitándome más y más.  Notaba cómo su polla crecía dentro de su pantalón y la apretaba contra mí mientras me agarraba por la cintura. Estaba empapada y aún ni habíamos empezado. Cogió un cuchillo y rasgó  mi camiseta, yo no llevaba sujetador y metió su cara entre mis pechos, los estrujaba con suavidad, mordía mis pezones y yo gemía de placer.
Lo aparté por un momento y le ordené que se sentara en la silla, mientras le bajaba los pantalones, me arrodillé ante él y tomé su polla entre mis manos. La recorrí con mi lengua desde el glande hasta los huevos despacito al principio. Introduje un dedo en su ano y jugué mientras se la chupaba, sintiéndola en mi boca palpitante… Él me acariciaba la cabeza y me pedía más, gemía como un poseso tirando de mi pelo con fuerza…
Me levanté y me senté a horcajadas sobre él, necesitaba sentir aquella preciosa polla dentro de mí y cabalgarlo hasta el éxtasis. Sus labios se estrellaron contra los míos, nos mordíamos, nos chupábamos, tiraba de su cabello mientras me apretaba las nalgas contra él,  nos clavávamos los ojos fijamente, nos susurrábamos al oído palabras sucias, lascivas, creía morirme de tanto placer, chorreaba, los squirts corrían por las patas de la silla. Me agarré las tetas con fuerza mientras sentía su polla dura y caliente dentro de mí y metí mis dedos en su boca , mientras sus gemidos me pedían más, me pedía que no parase de follarlo… 
-Ssshhh, tranquilo, esto sólo acaba de empezar…-. Le susurré al oído.
Untó su polla de mantequilla y me dio la vuelta. Me puso  de frente a la pared, sentía los azulejos fríos en mis tetas mientras introdujo su polla en mi ano y me agarraba por las caderas metiéndomela con fuerza. Joder, aquello era el cielo y yo aún no estaba muerta. Me follaba con ímpetu, me levantaba del suelo clavándola  más y más  estrujándome las tetas hasta que gritamos de puro placer y caimos al suelo rendidos, sudados, cachondos…
Nos quedamos tirados en el piso de la cocina un rato, jadeando, frente a frente sin hablar, sólo mirándonos, recuperando el aliento…

-¡Bienvenida  a Santiago!-. Dijo.
Lo besé suavemente en los labios y sonreí dándole las gracias. Me levanté y me dirigí a mi habitación. Encendí un cigarro, salí a la terraza y me quedé mirando al horizonte.










sábado, 17 de noviembre de 2012

BLIND CROWES









        Nací en medio de la discordia y la ira. Soy la hija del mal que ha de llevarte hacia las tinieblas donde aguardan las tristes sombras de la noche. Vendremos a por ti algún día.Cuando estés a punto de quebrarte, te arrastraré hasta el fondo de mi roto corazón, desvencijado, hecho mierda por un mal deseo que un día se cumplió.
       No tengas miedo a la oscuridad, acabarás acostumbrándote si pasas aquí mucho tiempo. Luego ya no podrás volver, ¡no te dejaremos volver,... nunca!...Te quedarás aquí para siempre y serás alimento, carroña de los cuervos ciegos que viven en las cavernas y ansían tu carne y tu sangre podridas y muertas.








Delicatessen









¿Te apetece pastel de cabracho?... Escuché mientras pasaba al lado de tres viejas repeinadas con laca que ojeaban el menú enmarcado con borde dorado en la pared de uno de los mejores restaurantes de la ciudad cuando me dirigía a la trasera del supermercado. Allí se encontraba mi contenedor favorito lleno de restos del día, productos caducados y otras delicatessen.
Con medio cuerpo dentro del cubo intentaba no respirar la peste que desprendía. Aunque a todo se acostumbra uno, incluso a comer manzanas podridas. Llevaba tiempo durmiendo en el parque bajo un manto  de estrellas cada noche con la única compañía de un viejo transistor. Pensando en ella y en su olor. Y con esto y un cartón de vino conciliaba el sueño. Y así un día tras otro, una semana tras otra, un mes,un año o dos… No quería recordar los trajes, las marcas, las citas, los relojes, el adiós… otra vida. Dolía demasiado a pesar de la embriaguez de vino barato. Suelo pensar que el amor es como el dinero o te engrandece o te destruye, pero  cuando tu amor es el dinero…  Tomaré otro trago para quedarme con el sabor  dulzón  por si mañana no despierto.








ASK ME!


                                                                      




       Pregúntame qué siento al ver tu rostro desencajado, pregúntame qué siento al ver tus ojos llorar sangre… Pregúntame qué siento en este momento y sin duda, te mentiré en la respuesta. Te mentiré hasta que tus oídos se desborden por mis mentiras y me pidas a gritos que pare, que no hable más, que calle. Que regrese al lugar de donde vengo, que ojalá nunca me hubieras conocido, que nunca hubieras sentido lo que sentías por mí…Cada una de mis respuestas será una mentira, …Dulces mentiras, todas creíbles, por las cuales tus ojos lloran sangre y tu rostro se desencaja.Y tú me preguntas, que ¿ qué siento?... La verdad, no siento nada...



Cerezas

                         



                                                               


           Fue un beso largo y amargo, como el sabor de las cerezas. La saliva quedó adherida a sus
        labios como las conchas a las rocas, aunque el batir de las olas choque fuerte, nunca se despegarán.       Una extraña sensación recorría su cuerpo, ¿melancolía quizás?... 
 Y camino a ninguna parte, recordó aquella noche en que lo conoció: Entre restos humanos, lo encontró apoyado en la única pared que no había sucumbido. Ojos extraños, pensó. Pero aquéllos no apartaban la mirada, no tenian miedo a ser descubiertos. Se acercó hasta ellos, sentía curiosidad. De pronto se vio bailando al compás de un son infernal que se repetía una y otra vez, una danza macabra, una danza sin fin invadiendo su alma, cayendo en una espiral de furia y deseo.Paró en mitad de la nada a encender un cigarro y siguió recordando aquella noche en la que bailó con el diablo a cambio de su alma. Al principio le pareció bien el trato, ahora no lo veía tan claro; era sólo un cuerpo sin alma, sólo una masa con forma pero sin sustancia , dando pasos de ciego en mitad de la noche, buscando a aquel íncubo entre los escombros de su piel. No sabía ni a dónde ir ni dónde encontrarlo, aunque tampoco estaba segura de volver a recuperar su alma, si éste se la devolvería sin más o si tendría que intercambiar alguna otra cosa, pero, ¿ qué más podría querer el diablo que no fuera tu alma?...

Cansada de vagar, se sentó en un banco, suspiró, estaba hastiada. La sangre en su cabeza bullía de tanto pensar. No se le iba de la mente y en su boca aquel sabor amargo del último beso no la dejaba saborear nada más. Le resultaba estúpido, pueril. como una niña encaprichada de un juguete que no puede poseer. Cada noche vagaba por la ciudad, recorría cada rincón oscuro buscando a aquel luzbel en cada beso que daba pero ninguno sabía a cerezas, ninguno era amargo; como una gran gourmet paladeaba cada sabor de los besos que le brindaban.Como una catadora olía las salivas intentando diferenciar cada aroma habido en ellos, sin embargo, no encontró diferencia alguna. Todos le parecían iguales, sabían a canela, almendras, mostaza,... pero no a cerezas.

Una noche se dio por vencida, ya no podía seguir, se había perdido entre marañas de sabores y olores. Ya amaneciendo pasaba delante del mercado, donde los camiones descargaban la mercancía y los puesteros se preparaban para abrir y entonces lo olió. Como hipnotizada, caminó entre cajones de madera, carteles, charcos... buscando de dónde provenía aquel aroma hasta que lo hayó. Un puesto de cerezas, cajas llenas de brillantes y rojas cerezas. Sin pensarlo dos veces se abalanzó sobre una de ellas, quería que aquel olor, que aquel sabor la invadiese por completo sin dejar algún poro libre. Llenó sus manos de ellas y las estrujó dejando que el zumo recorriera su cara, su boca, las mordió llenando su lengua de amargor, dejando que el liquido púrpura mojara sus pechos y soltó un pequeño quejido. El puestero al ver tal chiflada, le gritó, la cogió del brazo zarandeándola, injuriando...Salió corriendo, relamiéndose sus labios purpúreos. A su paso, las farolas se iban apagando. Llegó al portal jadeando pero una enorme sonrisa dibujaba su cara. Se quedó mirando al vacío con las llaves en la mano y la puerta entreabierta, soltó una carcajada. Entró, y tras ella sólo se escuchó el chirrido de las bisagras en el silencio de la mañana.